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4.1.13

Tiempo de siega



Cristina Gálvez
Ilustración Joaquín López Cruces

Mi Nela no es como las demás.
Se alborota apenas empiezan a florecer los primeros almendros, loca desaforada buscándome por los prados todavía cubiertos de musgo, y desde ese momento sus insistencias van creciendo como frutos rojos a la caza de lenguas y dientes. Si apenas me dedica una mirada cuando me engalano de domingo, verme cortando leña hace que me arrincone sin ningún pudor contra el tronco de los castaños. En mayo me obliga a acariciar su blanco cuerpo con caléndulas y amapolas. En junio, me arrastra imprudente a las húmedas profundidades de los saúcos, y en agosto siempre acabo viéndome forzado, no sé cómo, a realizar peligrosas acrobacias entre las ramas perfumadas de las higueras.
Mientras las otras mujeres sufren por mancharse el vestido de tierra o por arañarse la piel de los tobillos con las zarzas, ella se desata entre genistas y gramíneas, gimiendo bajo el zumo aplastado de las moras silvestres, licuándose entre aceitunas, estremeciéndose bajo la sombra ondulada de robles y alisos.
Pero mi Nela, que nunca ha sido como las demás, no tiene hoy ánimos para mirarme, delicada y limpia en su vestido nuevo. Yo le hablo de los teatros, de los grandes bulevares que nos esperan iluminados en la noche de la ciudad. Le prometo que saldremos a pasear todos los días al jardín botánico, que llenaremos el balcón de geranios. Todo inútil. El taxi llega, Nela llora y por primera vez tengo la certeza de que ya nada volverá a ser como antes.

Relato publicado en PervertiDos

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